octubre 18, 2009

Amistades fantasmas

Todo el mundo tiene un mejor amigo, buenos amigos, amigos a secas y conocidos. Y como es lógico, se espera que cuando hay problemas o se les necesite, se presenten para ayudarte en todo lo que puedan. Lo normal es que sean medianamente puntuales en vuestras citas y que no las cancelen en el último momento, alegando siempre excusas baratas que nadie creería. Deberían acordarse de tu cumpleaños y, al menos, felicitarte. Además, si tú, en su momento, te molestaste en buscar un buen regalo para sus cumpleaños ellos deberían hacer lo mismo. Como buenos amigos, cuando tengas alguna pena o problema, tendrían que prestarte su hombro para que pudieras llorar a gusto en lugar conocido y no tener que buscar a alguien con quien no tienes confianza para desahogarte.
Estoy segura de que, en alguna parte, existe un libro con las normas que deberíamos seguir para ser buenos amigos. Un decálogo que nos guíe en las relaciones amistosas. Si no existe, alguien tendría que escribirlo y enviárselo a todos esos que dicen ser nuestros amigos pero que en el fondo solo aparecen cuando se acuerdan de que existes; a esos a los que les prestas tu hombro para llorar sus penas pero que luego te esquivan cuando hay posibilidad de que tus lágrimas les manchen la chaqueta. Todas esas personas a las que se les llena la boca diciendo que tienen tantos amigos, que siempre tienen a alguien con quien tomar un café o salir a cenar, a toda esa gente a la que le presentan a alguien y, tras cruzar tres palabras con esa otra persona, ya le consideran su amigo del alma… A todos ellos les quiero decir una cosa, aun por muy dicho que esté: un amigo está ahí para lo bueno y para lo malo, y esta regla debe funcionar en las dos direcciones y no solo en la que nos convenga.


La amistad es como una planta. Hay que cuidarla cada día para que dé sus frutos, y no dejarla a la buena de Dios para que se cuide y se cultive sola.

Los amigos son tesoros que se han de guardar y administrar bien, porque si no se cuidan son como el dinero, como vienen se van.

La amistad no se conserva con palabras vacías que pueda llevarse el viento; ha de conservarse con hechos, acciones y gestos que demuestren de verdad a la otra persona que realmente le importas.

A la familia no la eliges, pero a los amigos sí. ¿Para qué eliges a tus amigos si luego no los vas a tratar como se merecen?


Os preguntareis por qué os estoy diciendo todo esto. Pues bien, hoy me he dado cuenta de que a las personas a las que yo llamaba amigos no les importo tanto como yo creía. Me duele decir esto, porque son muchos años de amistad, buenos y malos momentos, risas y millones de anécdotas compartidas. Llega un momento en la vida en el que te paras a pensar sobre cosas que a otros les parecen detalles insignificantes, pero que a ti te importan mucho, y que en ocasiones te hacen daño. Los demás no comprenden por qué te incomodan esos pequeños detalles, y muchas veces, ni tú mismo lo comprendes, pero eso no quiere decir que te hagan menos daño.
Los plantones de última hora, señora Paula Plasencia, incomodan a todo el mundo, no sólo a usted. Y llegar una hora tarde no es un pequeño retraso. Sus excusas ya no me valen.
Las palabras de apoyo vacías, señora Milagros (Mila) Vilas, tienen que demostrarse también con actos, y no olvidarlas pensando que nadie se acordará de lo dicho. No se puede complacer a todo el mundo.
Los problemas insignificantes de la vida, señora Nieves Caballero, son importantes para uno mismo, pero recuerde que los demás también tenemos de esos “problemillas”. Deje de darle tanto a la cabeza y preocúpese de ser realmente feliz.
Todo el mundo ha tenido una primera vez en algo, señora Ágata Verdasco, y a todos nos asustan las cosas nuevas, pero debe recordar que no ha sido la única en pasar por eso. Sus problemas de nervios se arreglan con una tila y un poco de paciencia por su parte.
¿Dónde estaban ustedes cuando perdí a una buena amiga? ¿En qué agujero se escondieron cuando la que tenía problemas amorosos era yo? ¿A qué enfermo, primo o “amiguito” estaban visitando cuando yo más necesitaba uno de esos “cafés terapéuticos” a los que ustedes tanto recurren cuando tienen problemas? ¿Dónde estaban cuando la que estaba colapsada y al borde de una depresión era una servidora? ¿Qué compromiso ineludible tenían el día de mi cumpleaños que les impidiera tomar un mísero café conmigo? ¿Cuál de ustedes me ayudó cuando la asustada de la vida era yo?
Hoy me siento dolida con cuatro personas que consideraba casi como de mi sangre. Tal vez les parezca excesivo todo lo que he dicho de ellas y, probablemente. Mis nervios me estén jugando una mala pasada, Pero... ¿Qué narices? A todo el mundo se le permite tener una crisis de cuando en cuando, ¿O no?

Espero que ustedes tengan mejores amigos que yo. Amigos de verdad, a los que no les importe decir un “te quiero” a tiempo que un “lo siento” tardío.

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